lunes, 4 de marzo de 2019

Las Máquinas de los Dioses: ¿hubo Robots en la Antigüedad?







 ¿Existieron robots con inteligencia artificial en la lejana antigüedad? 
¿Son los mitos y leyendas sobre misteriosas máquinas androides solo producto de la imaginación humana? 
En este artículo haremos un breve repaso de la ancestral mitología desde el punto de vista tecnológico y a la luz de la hipótesis del antiguo astronauta. 
Los historiadores usualmente rastrean la idea de los autómatas a la Edad Media, cuando se inventaron los primeros dispositivos de movimiento automático, pero el concepto de criaturas reales y artificiales se remonta a los mitos y leyendas de miles de años atrás.
Antigua Grecia Inteligencia artificial, robots y objetos que se mueven por sí mismos aparecen en la obra de los antiguos poetas griegos Hesíodo y Homero, que vivieron entre 750 y 650 años antes de Cristo. 
Por ejemplo, la historia de Talos, mencionada por primera vez alrededor del año 700 a.C. por Hesíodo, ofrece lo que podría describirse como la concepción de un robot. El mito describe a Talos como un hombre gigante de bronce construido por Hefesto, el dios griego de la invención y la herrería.



 Talos fue encargado por Zeus, el rey de los dioses griegos, para proteger a la isla de Creta de los invasores. Marchó alrededor de la isla tres veces al día y arrojó piedras a las naves enemigas que se acercaban. 
En su núcleo, el gigante tenía un tubo que corría desde su cabeza hasta uno de sus pies que llevaba una misteriosa fuente de vida de los dioses que los griegos llamaban icor. Otro texto antiguo, Argonautica, que data del siglo III a.C., describe cómo la hechicera Medea derrotó a Talos al quitarle un perno en el tobillo y dejar que el líquido de icor saliera.
 Medea y Talos. 


El mito de Pandora, descrito por primera vez en la Teogonía de Hesíodo, es otro ejemplo de un «ser artificial». 
Aunque muchas versiones posteriores de la historia retratan a Pandora como una mujer inocente que, sin saberlo, abrió una caja del mal, el original de Hesíodo describe a Pandora como una mujer malvada artificial construida por Hefesto y enviada a la Tierra por orden de Zeus para «castigar a los humanos» por descubrir el fuego. 
Además de crear a Talos y Pandora, el Hefesto mítico hizo otros objetos que se movían por sí mismos, incluido un conjunto de sirvientes automáticos, que se parecían a las mujeres pero estaban hechos de oro. 
Según el relato de Homero del mito, Hefesto les dio a estas mujeres artificiales «el conocimiento de los dioses» (¡¿inteligencia artificial?!). Antigua China Se dice que Chi You tenía cuerpo humano, cuatro ojos y seis patas.

Como si fuera una antena, una protuberancia salía de su cabeza. Según el libro Shuyiji (述異記), sus ochenta y ocho hermanos tenían la misma forma de animal, pero con cabeza de bronce y hierro. 
Todos se «alimentaban» con rocas y arena. Chi You fue ejecutado por el mítico emperador amarillo Huangdi, tras una épica batalla que involucra un dragón, poderes mágicos y «rayos de tormenta» como armas.




 Su cabeza fue enterrada por sus seguidores en una cueva, donde era adorado por los locales. Su tumba irradiaba una nube colorada cada cierto tiempo. Representación de Chi You. 
Al emperador Huangdi, por otra parte, las leyendas le otorgan propiedades tales como la de ser inmortal, el dios de la montaña Kunlun y del centro de la Tierra. Tenía un dragón alado llamado Huang Ti, cuyo cuerpo resplandecía como el metal. 
Pero a pesar de tener alas, este dragón solo podía volar con las condiciones climáticas adecuadas. La leyenda cuenta, por ejemplo, que un día el emperador se subió «a bordo» de la criatura, pero esta falló en despegar debido a un huracán —una circunstancia muy extraña teniendo en cuenta que los dragones eran considerados protectores de la lluvia y el viento—. 
La «anomalía» que se describe en el párrafo anterior puede ser comprendida bajo la visión tecnológica, la cual miraría al «dragon» como algún tipo de prototipo de máquina voladora. De acuerdo a los relatos antiguos, este «dragón» podía llevar hasta setenta pasajeros en sus «bigotes».
 Antigua Sumeria Esta es probablemente la mención más remota y distante de un robot. Y si nos remontamos al pasado más lejano surge inevitablemente Sumeria y la Epopeya de Gilgamesh. Gilgamesh era un rey semidivino de Uruk. Se lo consideraba «dos tercios divino y un tecio humano», algo que no le aseguraba la inmortalidad, por lo que, ante la incertidumbre, decidió buscarla por sí mismo.
 Para su suerte, Enkidu, un antiguo rival devenido en amigo, sabía cómo llegar hasta la morada secreta de los dioses. Enkidu le dijo a Gilgamesh que había vagado un tiempo por la montaña de los cedros y conocía la entrada subterránea que conducía a la residencia del dios Shamash. Pero le advirtió del peligro que suponía acercarse hasta allí. 
Un siniestro monstruo custodiaba la entrada de los dioses. Su nombre era Huwawa, «el guardián de la entrada de Shamash». Representación de Huwawa. Así describió Enkidu al monstruo: «Huwawa es una máquina extraordinariamente construida.

Su rugido es como una inundación, su boca es fuego, su hálito es muerte… Puede oír a una vaca moviéndose a sesenta leguas y su red puede capturar desde gran distancia… La debilidad se apodera de los que se acercan a las puertas del bosque».
Enkidu describe lo que actualmente podríamos considerar como una especie de robot, con sistemas de radar y dotado de armas que arrojan fuego, gases radiactivos, y campos magnéticos paralizantes. 
Lejos de asustarse, Gilgamesh le pediría a su amigo que le acompañara para luchar juntos y plantarse ante la morada secreta de los dioses, y así reclamar la legítima inmortalidad que creía le pertenecía por tener sangre divina.

Luego de recorrer una larga distancia hacia el oeste e internarse en el bosque, Enkidu logró hallar la puerta, pero cuando trató de abrirla una fuerza invisible le sacudió una violenta descarga que lo hizo volar por los aires, algo que lo paralizó físicamente por doce días.
 Cuando al fin se recuperó, intentó convencer a Gilgamesh de volver, pero fue en vano. El monarca estaba empecinado en hallar la inmortalidad, por lo que siguió adelante y encontró un túnel de entrada. Cuando empezaron a remover árboles y piedras para acceder dentro, apareció el monstruo Huwawa. «Su aparición fue poderosa. 
Sus dientes eran como los de un dragón, su cara como la de un león, pero lo más temible era su rayo radiante, emanando desde su frente, devoraba árboles y arbustos, de su fuerza asesina nadie podía escapar». 

Huwawa trazó un camino de destrucción con su rayo asesino, por lo que podría tratarse de una suerte de rayo láser de largo alcance. Sin embargo, y ya temiendo el peor de los finales, los héroes recibieron ayuda desde las alturas. 



El dios Shamash, a bordo de su nave voladora, «levantó un viento» que alcanzó los ojos del monstruo y lo paralizó. Momento que Gilgamesh aprovechó para hacer caer a Huwawa contra el suelo. «Por dos leguas resonaron los cedros, tan pesada fue la caída del monstruo».
 Finalmente, Enkidu le dió el golpe de gracia a Huwawa. 

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