lunes, 11 de septiembre de 2017

Los incorruptos de París por Javier Pérez Campos

Cuando uno viaja a París, lo hace pensando en la subida a una torre de vértigo, a 320 metros del suelo. El turista piensa en bonitos paseos por las Tullerías, inolvidables rutas en bateau mouche por el Sena o en auténticos recorridos por el museo Louvre, dignos del más puro placer por el arte o la aventura.
Pero lo último que espera el viajero de a pie es encontrar, en una sencilla iglesia de la Rue du Bac, los cuerpos incorruptos de dos Hijas de la Caridad.
Una de ellas aseguraba haber recibido la visita de la Virgen, siendo ésta una de las relativamente pocas apariciones marianas reconocidas oficialmente por la Iglesia vaticana.
Sus cuerpos descansan dentro de la Casa Madre de las Hijas de la Caridad y son venerados al día por centenares de personas de todas las razas, culturas y creencias…
Si bien es cierto que no hace falta salir de España para encontrar historias de cuerpos incorruptos (véase, por ejemplo, la historia de Santa Ángela de la Cruz), el caso de los incorruptos de París es realmente atrayente al ser poco conocidos en la península, a pesar de tener gran importancia dentro de la historia del cristianismo.
Y es que el 27 de noviembre de 1830 tuvo lugar un hecho aparentemente prodigioso que culminaría con el nacimiento de un nuevo icono dentro del culto a la Virgen: la medalla Milagrosa.
Aquella noche Catalina Labouré, que tenía entonces 24 años de edad, sintió por segunda vez la llamada de una voz que ella aseguraba ser de la Virgen, tras haberla escuchado meses antes, concretamente la noche del 18 al 19 de junio de 1830, cuando tuvo lugar la primera aparición.
Pero esta vez aquella figura blanquecina que emitía un claro resplandor, siempre según el testimonio de Catalina, tenía una misión para ella: fabricar una medalla con su imagen. Una medalla que haría milagros sobre todos aquellos creyentes que la llevaran con fe.
Tras su muerte en 1876, se habla de diversos prodigios que perduran hasta nuestras fechas. Sin duda el más sonado es el de un niño inválido de 11 años que fue llevado a la tumba de Catalina y regresó andando ante las miradas atónitas de todos los allí presentes.
Estos prodigios que se sucedieron tras su muerte, hicieron que en 1947 el Papa Pio XII declarara Santa a Catalina Labouré después de que años atrás, concretamente el 21 de marzo de 1933, su cuerpo fuera declarado incorrupto por el cardenal Verdier tras su exhumación.
Entrada a la Casa Madre de París Ampliar la imagen Sin embargo, lo más impactante es que desde la entrada a la Casa Madre de París y rodeando todas las paredes de la Iglesia, encontramos miles de placas de mármol de devotos que dan las gracias a la Virgen o a Catalina porque sus súplicas y peticiones han sido otorgadas. En cada una de las placas encontramos unas iniciales y sobre ellas, una palabra que se repite constantemente: Merci (Gracias).
El cuerpo de Santa Catalina Labouré se encuentra a la derecha del altar, siendo impactante la visión de su tez lívida y mortecina aunque con algo de vida aún, como si fuera posible que de un momento a otro pudiera abrir sus ojos con total naturalidad.
El cuerpo incorrupto de Santa Catalina Labouré
Ampliar la imagen No menos impactante es la imagen de Santa Luisa de Marillac (1591-1660), situada a la izquierda de ese mismo altar, también en la Casa Madre de la Rue du Bac y que llevó a cabo una implacable lucha contra el hambre y las penurias del París del S. XVII. Su cuerpo fue exhumado en 1883 y fue declarada santa por el Papa Pio XI, en 1934.
Bien es cierto que a pesar de ser la Casa Madre de París un lugar bastante sencillo, produce una sensación muy especial el encontrarse rodeado de tantas historias y casos anómalos asociados a milagros e intervenciones divinas. Un apaciguador recogimiento interior incapaz de ser descrito con palabras.


A tan solo unos minutos de allí se encuentra también la Capilla de San Vicente de Paúl, construida en 1827 a partir de las donaciones de centenares de fieles. De fachada también sencilla y sin estilo propio, en ella se encuentra el cuerpo incorrupto de Vicente de Paúl (1580-1660), que mantuvo una cercana relación con Luisa de Marillac, y que fundó importantes grupos de caridad, entre ellos el de las Hermanas de la Caridad, al que pertenecían Luisa de Marillac y Catalina Labouré, y que recibió el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 2005.
El cuerpo incorrupto de Santa Luisa de Marillac
Ampliar la imagen Cuando su cuerpo fue exhumado en 1712 por el Arzobispo de París, dos obispos, dos promotores de la fe, un doctor, un cirujano y un número de sacerdotes de su orden, todos ellos quedaron asombrados al ver que su cuerpo, que debía estar descompuesto tras 52 años de sepultura, parecía recién enterrado.
"Cuando abrieron la tumba todo estaba igual que cuando se depositó. Solamente en los ojos y nariz se veía algo de deterioro. Se le contaban 18 dientes […]”
Y así continúa a día de hoy, aunque con un leve tratamiento de cera en la cara para ocultar pequeñas imperfecciones.
A pesar de haber fallecido hace más de trescientos años, su barba permanece perfectamente recortada, y su semblante es digno de alguien que yace dormido, descansando, y no de una persona fallecida siglos atrás.
Sin embargo, nuestro particular recorrido no termina aquí. Y es que la ciudad de la luz esconde en su sombra otras historias de cuerpos incorruptos que la medicina no ha sabido aún explicar.
El cuerpo incorrupto de Vicente de Paúl
Ampliar la imagen Cerca de la capital francesa se encuentra el pequeño pueblo de Nevers. Allí yace el cuerpo incorrupto de Marie Bernard (1844-1879), canonizada el 8 de diciembre de 1933.
Bernardita, como es conocida cariñosamente entre los devotos, está vinculada a la historia de Lourdes, ciudad francesa donde nació y clave de la peregrinación mundial debido a los supuestos milagros que allí suceden.
Tras la muerte de Marie Bernard, decenas de creyentes se aglutinaron junto a su tumba para hacerle peticiones que posteriormente se cumplían. Por ello, treinta años después de su muerte, se procedió a la exhumación de su cuerpo. Y cuál fue la sorpresa al descubrir que el cuerpo de Bernard apenas había sido víctima de la descomposición.
También fuera de París, concretamente en la villa de Ars, cerca de Lyon, encontramos el caso de Juan María Bautista Vianney, un sacerdote nacido en 1818 que se ganó la confianza de tantos fieles y atrajo a tal cantidad de creyentes que fue necesaria una mejora de las infraestructuras de la pequeña villa de Ars. El padre Vianney recibía una cantidad de entre trescientos y cuatrocientos devotos diarios en busca de confesión durante 1845, pero el número de devotos aumentó mucho más durante el último año de vida de Vianney, cuando llegó a recibir a ciento veinte mil creyentes.
Se hablaba de que el padre Vianney hizo alguna predicción sobre el destino de la iglesia en Inglaterra y el protestantismo, e incluso de toda la avalancha de fieles que día a día se aglutinaban frente a las puertas de la iglesia de Ars, para ser recibidos por el sacerdote más afamado del momento, que aseguraba, además, haber vivido en diversas ocasiones el fenómeno de la bilocación.
El 4 de agosto de 1859, Vianney fallecía víctima del agotamiento. Años después se procedía también a la exhumación de su cuerpo y, como no podía ser de otra forma, se encontraba igual que el día de su entierro.
Posteriormente, el 8 de Enero de 1905, el Papa Pío X, beatificó al cura de Ars, que pasó a ser llamado El Santo Cura de Ars.
Éstos son solo algunos casos sucedidos en París. Existen otros, algunos mucho más espectaculares, repartidos por el resto del mundo, como el caso de San Chárbel Makhlouf a quien se le atribuyeron los prodigios de sudar sangre después de su muerte e incluso de irradiar luz, según atestiguaron varias personas que aseguraban haber presenciado el fenómeno.
Pero, reales o no estos fenómenos anómalos y prodigiosos, sigue siendo impactante el hecho de vislumbrar cómo algunas personas conservan su cuerpo a la perfección ya sea años, décadas e incluso siglos después de fallecidos, cuando las leyes naturales van en contra de todo ello.
Y es que, si ponerse frente a un cuerpo sin vida es ya impactante, ponerse frente a un cuerpo lívido pero que rompe cualquier ley natural y conserva su vitalidad más allá de la muerte, lo es más aún…

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