Reencarnación del Antiguo Egipto. Suena interesante, ¿pero es posible? Obviamente, para quien cree sí. Para quien no, resulta mucho más difícil poder explicar lo que le ocurrió a Dorothy Eady, una chica nacida en Inglaterra en 1904.
Tenía apenas 3 años cuando cayó por las escaleras de su casa, y se dio un golpe tan fuerte que quedó inconsciente; el médico de la familia la atendió pero la declaró muerta y al volver una hora después para comenzar los arreglos del cuerpo su sorpresa fue mayúscula al encontrarse a Dorothy jugando, tan tranquila.
La niña comenzó a tener sueños recurrentes y hablaba de un edificio muy grande con columnas, y a menudo lloraba pidiendo “ir a casa”. Un buen día, un año después de aquel accidente, sus padres la llevaron al Museo Británico. La pequeña, de escasos 4 años, al entrar en las salas egipcias se soltó de su madre y corrió al pie de las grandes estatuas para besarles los pies. Contentísima, decía que ésa era su casa y su gente; a partir de allí mostró un interés creciente en Egipto, y en el Museo recibió de Ernest Wallis Budge las nociones para leer jeroglíficos. Comenzó a estudiar Egiptología hasta 1930, fecha en la que viajó al país africano; allí se casó con un estudiante egipcio con quien tuvo un hijo, al que llamó Seti. A partir de allí comenzó a llamarse a sí misma Omm Seti, o “madre de Seti”.
El matrimonio duró poco. Tal como lo cuenta ella misma, creía ser Bentreshyt, sacerdotisa y sirvienta de la corte de Seti I, hijo de Ramsés I y Sitra y segundo faraón de la dinastía XIX.
Se mudó a la ciudad de Abidos, donde vivió desde 1954 hasta su muerte en 1981; allí trabajó con los egiptólogos Selim Hassan y Ahmed Fakhry, demostrando una gran pericia y extraordinarios conocimientos. Fue la primera mujer empleada en el Consejo Supremo de Antigüedades egipcio, donde se desempeñó como asistente de investigación arqueológica.
Para los que no creen en esta reencarnación del Antiguo Egipto resulta particularmente embarazoso o bastante difícil explicar cómo esta inglesa, por muy aficionada que fuese a la egiptología, pudo determinar y localizar con exactitud un jardín adjunto al antiguo Templo de Seti I.
Omm Seti insistía en que el mencionado jardín era real –aunque para un egiptólogo es bien sabido que la mayoría de los templos egipcios ostentaban tales jardines–, y fue capaz, contra todo pronóstico, de ubicar el lugar exacto donde había que hacer las excavaciones y donde encontrarían las ruinas; asimismo, predijo que se encontrarían con un túnel por debajo de la parte norte del templo, el cual consiguieron en una siguiente excavación.
Hasta ahora, una de sus últimas afirmaciones (“debajo del templo de Seti I hay una bóveda secreta que contiene una biblioteca con registros históricos y religiosos ocultos”) aún no ha sido confirmada. Lo cierto es que el templo de Seti I en Abidos fue el mismo que ella vio en sus sueños infantiles.
Dorothy, u Omm Seti, no era una mujer desquiciada o loca. Todos los que trabajaron con ella durante décadas jamás la catalogarían de esa manera, era perfectamente cuerda para todos, aparte del hecho de que insistía en ser una reencarnación del Antiguo Egipto, la sacerdotisa Bentreshyt. Era impresionante, porque sus descubrimientos arqueológicos los hacía, según ella, basándose en su memoria, y no en intuiciones o investigaciones.
Por supuesto que sus colegas no le creían, dudaban de su historia, pero los descubrimientos apabullantes los dejaban sin palabras y sin argumentos. Luego de las consabidas burlas, dejaron de juzgarla, y guardaban un sabio silencio.
Existe un libro, La búsqueda de Omm Seti, una historia de amor eterno, de Jonathan Cott y Hanni El Zeini, sobre esta increíble historia de reencarnaciones. Allí se habla del suicidio de Bentreshyt al descubrir que estaba embarazada del faraón, pues las sacerdotisas no podían exponer al rey a ningún cuestionamiento. Estos datos fueron aportados por el viejo amigo de Dorothy, el colaborador Hanni El Zeini, que supo de todas sus vicisitudes y conocía sus diarios, por lo que el libro no es una simple ficción sino la transcripción fiel de lo que ella escribió.
Dependiendo de cómo se vea, la idea de la reencarnación puede ser absurda o, al contrario, completamente lógica, pero sea lo que sea no es fácil, muchas veces, lograr explicar estos casos desde una visión “científica”. Parafraseando a Carl Sagan, el hecho de no poder explicar algo no significa que no tenga explicación. Así que cada uno decidirá en qué creer.
Imágenes: Wikipedia, Charlie Phillips, Institute for the Study of the Ancient World, a rancid amoeba
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