Puede que no se más que eso, una
leyenda urbana, una de esas historias que a base de ser muchas veces
repetidas acaba convirtiéndose en real. El tiempo y el boca a boca
distorsionan la historia, es cierto, pero también es cierto que, a
menudo, no todas las leyendas son tan ficticias como muchos pudieran
pensar.
Mccarthy, el ventrílocuo que utilizaba el cadáver de un niño como muñeco.
Corría el
año 1920, y a la sombra de un artista al que llamaban “El Gran Lester”,
la ventriloquía se convertía en un floreciente espectáculo que llenaba
las salas de los principales teatros de los Estados Unidos. Entre todos
los ventrílocuos de la época, hubo uno que, a pesar de que decían de que
su espectáculo no era demasiado brillante, consiguió hacerse famoso en
un corto espacio de tiempo. Era Mccarthy, un ventrílocuo cuyo acto era
simple, pero cautivaba a todo el que lo atestiguaba, el acto era simple
porque hacía uso de solo un personaje durante toda la función: Edgar, un
muñeco que representaba a un niño regordete entre los 9 y 10 años de
edad, pero con rasgos muy extraños que lo hacían imposible de no
mirarle, sus manos demasiado reales, su boca muy expresiva, y su
estatura muy distinta a la de un muñeco de ventrílocuo habitual. Edgar
era más alto y sus ojos, que aunque eran los de un muñeco de madera,
reflejaban un vacío que hacía difícil mantener una sola mirada sin bajar
la vista o dirigirla a otro sitio.
Mccarthy nunca dejó que nadie se
acercara a Edgar. Eran muchos los que pensaban que era por causa de
brujería que el muñeeco pudiera hablar sin mover los labios, y la fama
en torno a la posible influencia demoniaca sobre Mccarthy y Edgar llego
a tal punto que muchos padres prohibían a sus hijos asistir al
espectáculo. El ventrílocuo despertaba al mismo tiempo tanto admiración
como miedo y odio.
Cierta noche, que había viajado a
presentar su espectáculo en Nueva York, alguien llamó a la puerta del
camerino de McCarthy, este no abrió. Preocupados llamaron a la policía
que se acercó hasta el lugar y al entrar se encontró al ventrílocuo con
el cuello destrozado y 27 puñaladas, sus ojos arrancados a un metro de
distancia, y junto a él un baúl cerrado. Al abrir el baul encontraron
al muñeco Edgar, que provocó extraños escalofríos a los policías. Al
examinar el muñeco de cerca se dieron cuenta de que era un niño de
verdad… O al menos el cadáver de un niño de verdad, con una horrible
mascara de latex que le cubría su pequeño rostro pálido.
Nunca se descubrió quien asesinó a
Mccarthy, ni cual era la identidad del niño, ni tampoco como se las
ingenió el ventrílocuo para conservar un cadáver en perfecto estado
durante meses.
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