La completa destrucción por Yahvé de
las ciudades de Sodoma y Gomorra y sus alrededores, donde murieron
todos sus habitantes, en castigo por su vida depravada, demuestra que
Yahvé era un «dios» que no se andaba con chiquitas a la hora de castigar
ejemplarmente a quienes se le oponían. Un «dios» nada misericordioso,
sino vengativo y cruel. Un «dios» que, según todo señala, usaba para
escarmentar a los pueblos el expeditivo método de lanzarles «castigos
divinos» de efectos muy similares al de las actuales bombas atómicas.
Realmente no se sabe a ciencia cierta qué fue lo que indujo
a Yahvé a arrasar no sólo Sodoma y Gomorra, sino también las ciudades
de Admá y Seboyim, así como todo rastro de vida en un radio de varios
kilómetros a la redonda. Porque la razón esgrimida por los «ángeles»
acerca de la depravación de que hacían gala sus habitantes no parece de
suficiente peso como para justificar que fueran eliminados sin más de la
faz de la Tierra, salvo que con su destrucción se quisiera dar
«ejemplo» a los demás pueblos de la región, cuya idolatría sí que podría
ser un peligro potencial para los planes de Yahvé, tal como podemos
extraer de los siguientes versículos:
«La generación futura, vuestros hijos que vendrán después de vosotros, así como el extranjero llegado de un país lejano, verán las plagas de esta tierra y las enfermedades con que Yahvé la castigará, y exclamarán: azufre, sal, calcinación en su tierra entera; no se sembrará ni germinará, ni hierba alguna crecerá sobre ella, como en la catástrofe de Sodoma y Gomorra, Admá y Seboyim, que Yahvé asoló en su ira y su furor. Y todas las naciones preguntarán: “¿Por qué ha tratado Yahvé así a esta tierra?, ¿por qué el ardor de tan gran ira?”; y se dirá: “Porque han abandonado la alianza que Yahvé, Dios de sus padres, había concluido con ellos al sacarlos del país de Egipto; porque se han ido a servir a otros dioses y se han postrado ante ellos, dioses que no conocían y que él no les había dado en suerte. Por eso se ha encendido la ira de Yahvé contra este país y toda la maldición escrita en este libro”». (Deuteronomio 29, 21-26).
No parece, pues, que se puedan albergar muchas dudas sobre el «sistema» empleado para realizar esta «hazaña», pareciendo todo indicar que se trató de un bombardeo —posiblemente nuclear— realizado sobre Sodoma y Gomorra, el que hizo desaparecer en un instante todo rastro de vida de la zona. Recordemos que la advertencia que recibieron Lot y su familia de que se alejaran rápidamente del lugar no fue tenida en cuenta por su esposa, que muy probablemente se quedó rezagada para contemplar qué es lo que iba a ocurrir. Curiosidad que le costó la vida ya que debió ser la ola de calor que presumiblemente produjo la deflagración lo que la convirtió en «estatua de sal», quedando su cuerpo calcinado y desecado de forma instantánea, tal como ocurre en este tipo de fenómenos. Y aunque la hipótesis del bombardeo nuclear repugne a quienes siguen pensando que los relatos de la Biblia son producto de la inspiración divina y que, por tanto, lo que hizo Yahvé respondía al justo castigo de «Dios» por la depravación de unos hombres, hemos de decir que la destrucción de Sodoma y Gomorra no fue la única de esas características que se produjo en la antigüedad, como demuestran muchos de los hallazgos arqueológicos que se han venido produciendo desde el siglo pasado. Porque tales hallazgos nos dicen bastante claramente que nuestra humanidad ha tenido que soportar, en muchas ocasiones, la «justicia divina» de unos «dioses» no tan bondadosos como en principio cabría suponer.
Así lo demuestra, por ejemplo, el hallazgo de Albion W. Hart, uno de los primeros ingenieros graduados en elMassachusetts Institute of Technology,
cuando marchó al interior de África para hacerse cargo de un proyecto
de ingeniería. Mientras él y sus hombres se encaminaban a una región
casi inaccesible, tuvieron que cruzar una gran extensión desértica. Pues
bien, en aquel momento se sintió desconcertado y totalmente incapaz de
explicar la gran masa de cristales verdosos que cubría la arena hasta
donde la vista alcanzaba. Sin embargo, años más tarde, cuando pasó por
la zona de White Sands tras la primera explosión atómica en la misma,
reconoció el mismo tipo de fusión silícea que había visto cincuenta años
antes en el desierto africano. Descubrimiento que le dejó perplejo.
Pero no ha sido el único. Otros arqueólogos han encontrado
hallazgos similares a los de Hart, poniendo de relieve que no se
debieron a catástrofes causadas por volcanes, tormentas, conflagraciones
entre los hombres o caída de aerolitos, sino que el aspecto que
presentan correspondería al que tendrían después de una reacción
atómica.
Tal es el caso de unas antiguas ruinas halladas en Arabia
que datan de la época en la que la parte sur de la Península Arábiga era
fértil y contaba con bastante agua. En Arabia occidental existen 28
campos de piedras abrasadas y dispersas, cada uno de los cuales cubre
unas 7.000 millas cuadradas de extensión. Las piedras tienen los bordes
afilados, están agrupadas en densos bloques y poseen el color negro
propio de la combustión. Su origen no es volcánico y parece remontarse a
un periodo en el que, antes de verse transformada de pronto en un seco
desierto, Arabia era una tierra exuberante y fructífera.
Mucho más cerca de donde se supone estuvieron situadas las
ciudades de Sodoma y Gomorra, unas excavaciones exploratorias realizadas
en 1947 en el valle del Eufrates, al sur de Irak, dejaron al
descubierto una capa de vidrio fundido de color verdoso cuya antigüedad
data de un periodo anterior a la cultura sumeria. Bueno, pues una vez
más, a lo único que se parecía ese cristal fundido de varios miles de
años de antigüedad era… al suelo del desierto de la zona de White Sands
(Nuevo México) después de que las explosiones nucleares hubieran
derretido la arena y las rocas.
Los chinos han realizado cerca del lago Lob Nor, en el
desierto de Gobi, pruebas nucleares que han dejado grandes extensiones
de terreno cubiertas de arena cristalizada. Pero el desierto de Gobi
cuenta con otras zonas de ese mismo tipo de arena… conocidas desde hace
miles de años.
Y lo mismo podríamos decir de los fuertes construidos en lo
alto de las colinas de toda la orilla del Atlántico oriental, desde las
islas Lofoden, en la zona norte de Noruega, hasta las islas Canarias,
que se transformaron en lo que se llama «fuertes fundidos», pues las
rocas o piedras apiladas de sus murallas circulares se han convertido en
vidrio en sus caras internas. Y también en el Pacífico occidental se
han encontrado vitrificaciones parecidas. Fenómeno que igualmente se ha
observado en terraplenes y murallas de las Islas Británicas. Es el caso,
por ejemplo, de las piedras de la cara interna de una larga muralla
cercana a Maughold, en la isla de Man, que están fundidas, al igual que
las misteriosas torres vitrificadas de Escocia y de otras regiones.
Otro ejemplo lo representa el que se refiere a una de las
ciudades más antiguas de todo el mundo, Catal Hüyük, en la zona
centro-sur de Turquía. Según las primeras evidencias encontradas, la
ciudad parecía hallarse en pleno apogeo cuando, de repente, se extinguió
sin explicación aparente. Bien, pues los arqueólogos han descubierto
gruesas capas de ladrillo quemado en uno de sus diversos niveles, el
llamado VIa, bloques que se habían fundido entre sí debido a un calor
tan intenso que sus efectos se hicieron sentir un metro por debajo del
nivel del suelo, donde se carbonizó la tierra, los restos óseos de los
muertos y los regalos funerarios enterrados junto a ellos.
Paralelamente, la descomposición o corrupción bacterial de los cadáveres
se había visto interrumpida por tan tremendas temperaturas.
Por último, mencionaremos las construcciones reales
halladas en las excavaciones que se realizaron en el norte de Siria,
conocidas por el nombre de Alalakh o Atchana. Pues bien, estas
construcciones habían sido calcinadas tan intensamente que el mismo
núcleo de las gruesas murallas estaba formado por ladrillos rojos
fundidos entre sí, el recubrimiento de barro y arcilla de las murallas
estaba vitrificado y las piedras de basalto de algunas partes habían
llegado a fundirse.
Evidentemente, la Arqueología no puede aceptar como posible
el hecho de que en la antigüedad más remota existieran ingenios capaces
de producir reacciones termonucleares similares a las que se han
producido por la mano del hombre en el presente siglo. Y, sin embargo,
en los libros sagrados y leyendas de numerosos pueblos antiguos
encontramos relatos sobre guerras entre los «cielos» y la Tierra, donde
—como en Sodoma y Gomorra— el cataclismo hiciera —según se dice
textualmente en la Biblia— que «el humo se elevase como el de un
gigantesco horno» (perfecta descripción del hongo que produce una bomba
atómica). Y ello tanto en las escrituras de los hindúes y de los judíos
como en las de los mitos de pueblos tan distintos y alejados entre sí
como los nativos americanos y los habitantes de África.
Quizás los relatos de la Biblia sobre Sodoma y Gomorra no
sean más que reflejos de los acontecimientos que debieron producirse en
ese tiempo en el que los «dioses» pululaban por la Tierra, haciéndose
presentes en muchos lugares del planeta y eliminando expeditivamente a
todos aquellos pueblos que no siguieran sus mandatos. En sus libros, el
conocido historiador Zecharia Sitchin expone sin tapujos cómo los dioses
manejaban armas mucho más potentes que las que actualmente dispone
nuestra humanidad con el objetivo de hacerse respetar por los habitantes
de los pueblos que controlaban.
Aunque la verdad de todo lo acontecido en tiempos remotos
es, probablemente, algo que tal vez nunca lleguemos a saber. Sin
embargo, los descubrimientos arqueológicos hallados hasta el momento son
mudos testigos de un pasado donde la ira de los dioses dejó su marca en
las piedras. Quizás cuando la ciencia abra los cajones donde se
esconden esas pruebas «que nunca debieron haber aparecido donde lo
hicieron» y se cuestione seriamente que la cronología aceptada
oficialmente para poner un orden en nuestra historia debe ser revisada
en profundidad, sea el momento de poner al ser humano en el verdadero
lugar que le corresponde y logre así soltarse de la mano de unos
«dioses» que, lejos de cuidarle y alimentarle como padres, le han
manipulado en todos los sentidos
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