El hecho ocurrió una noche de julio de 1961 cuando Juan XXIII, también llamado Papa Bueno, se encontraba paseando junto con el citado secretario, en los jardines de la locación veraniega de Castel Gandolfo.
Cuenta el acompañante, que luego de unos minutos de paseo, ambos observaron en el cielo una extraña nave de forma oval, muy luminosa, de color azul y ámbar.
Al parecer, la nave sobrevoló por unos momentos sobre las cabezas de los paseantes para luego aterrizar justamente en el jardín de la referida casa.
Según el secretario, en ese momento, un ser con forma humana aunque rodeado de un aura dorada y de orejas alargadas, salió de la nave. Tanto Su Santidad como el secretario se arrodillaron y ambos, aún sin saber exactamente qué estaban viendo, comenzaron a rezar creyendo a lo mucho, que se trataba de un hecho celestial.
Luego de unos minutos, el Santo Padre decidió acercarse a la criatura y, según narra el secretario, logrando entablar una conversación con él por un tiempo aproximado de 20 minutos.
Una vez terminada la reunión el Santo Padre volvió adonde se encontraba su secretario dándole el mensaje siguiente:
"Los hijos de Dios están en todas partes; aunque algunas veces tenemos dificultades en reconocer a nuestros propios hermanos"
Dicho esto no se volvió a hablar más del tema, y por supuesto, el Papa nunca reveló, aparentemente ni siquiera a sus más fieles colaboradores, lo que habría conversado con ese ser.
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