“Es un imbécil o un degenerado hereditario, perverso instintivo, extremadamente peligroso para quienes lo rodean”, afirmó tajantemente el informe psiquiátrico, cuando pidió por su libertad en 1936. Finalmente falleció en 1944, víctima de una hemorragia interna. Se supone que fue producto de las continuas palizas y vejaciones sexuales que recibía por parte de los otros reclusos. Su muerte puso punto y final a la vida de un niño extraño, un niño acomplejado que, por algún motivo, a medida que se hacía mayor, iría descubriendo que solo era capaz de encontrar el placer, o sentido a su vida, quien sabe, en aquellas cosas que la sociedad condena, y que nuestra conciencia humana nunca logrará entender, un niño que paso a la historia con el sobrenombre de “Petiso Orejudo”
La historia del “Petiso orejudo” es una de las más escalofriantes que puedan encontrarse dentro de la criminología moderna. Este muchacho argentino, llamado Cayetano Santos Godino, comenzó su carrera criminal con tan solo 7 años de edad. Este psicópata, también amante de la piromanía, tuvo en vilo a toda la población de Buenos Aires de principios del siglo XX.
Como sucede en muchos otros casos de asesinos en serie, la historia de Cayetano comienza con una infancia tortuosa. Hijo de inmigrantes calabreses, este muchachito nacido en 1896, en la ciudad de Buenos Aires, tenía siete hermanos y un padre alcohólico y maltratador. Se crió en la ley de la calle. Las reglas de una ciudad repleta de inmigrantes en ese principio de siglo XX. La falta de interés por los estudios y su comportamiento indisciplinado y violento, hacen que los cambios de colegío sean una rutina constante en la vida de Godino, que ya tiene muy claro que su hábitat natural es la calle. A los cinco años, cuentan que disfrutaba matando gatitos lentamente para observar como agonizaban.
Tenía tan solo 7 años cuando cometió su primer acto violento hacia una persona. A pesar de su aspecto flacucho, sus orejas prominentes y su baja estatura, Godino tenía un gran poder de atracción sobre los menores. Los invitaba a sus juegos, les ofrecía caramelos y así lograba llevarlos a zonas donde nadie pudiera ver lo que pretendía hacer con ellos.La primera de sus víctimas, aunque tuvo la suerte de que nada grave le sucediera, fue Miguel de Paoli, un niño de dos años, que fue golpeado por el “Petiso” y después arrojado sobre una zanja llena de espinos. Un agente que circulaba por la zona se percató de lo ocurrido y llevó a los niños a la comisaría, donde fueron recogidos por sus madres unas horas más tarde.
Un año más tarde, sería el turno de Ana Neri, una vecina suya que apenas tenía 18 meses de edad. También tuvo fortuna la pequeña Anita, ya que los golpes que Cayetano le infringió con una piedra no llegaron a matarla gracias a la intervención de un policía que advirtió lo que sucedía. Dada su corta edad, ocho años, salió de prisión esa misma noche.
Aunque nadie se enteraría hasta tiempo después. Otra niña, también de 18 meses de edad, era golpeada y luego enterrada viva por Cayetano, quien cubrió la fosa con latas y otros desperdicios. Este hecho había ocurrido en 1906, cuando Godino ya contaba con 10 años de edad. La muchacha fallecida, presumiblemente, sería María Rosa Face, sobre quien se había efectuado una denuncia de desaparición.
Después de agredir a Severino González Caló (a quien intentó ahogar) y a Julio Botte (le quemó los párpados con un cigarrillo), sus progenitores que no saben que hacer con él, lo entregan ante las autoridades. Tenía por aquel entonces doce años, y fue enviado a un centro de menores donde estuvo durante tres años, años en los que aprendíó a leer y a escribir, pero que como sucede en tantos otros casos, no le sirvieron para rehabilitarse, y mucho menos aún para ser reinsertado en la sociedad como un ciudadano normal. A su salida Cayetano deja de transitar los lugares por donde andaba siempre y se dirige hacia las zonas más lúgubres de la ciudad. Allí empieza a consumir alcohol y a inmiscuirse en todo tipo de cuestiones delictivas. Aunque sus padres consiguen que trabaje en una fábrica, tan sólo dura tres meses en su puesto.
Su próxima víctima mortal sería Arturo Laurora, un joven de 13 años, quien apareció brutalmente golpeado, semidesnudo y con un cordel en su cuello estrangulándolo. Algunos días antes, el 17 de enero de 1912, Godino había prendido fuego una bodega de la calle Corrientes. Cuando fue detenido, sus palabras fueron claras y no mostraban ningún tipo de remordimientos: “me gusta ver trabajar a los bomberos. Es lindo ver como caen en el fuego”.
Estos hechos no serían sino la confirmación de lo que vendría luego: un sinfín de agresiones y crímenes de todo tipo. Primero prendió fuego a Reina Vaínicoff arrimando una cerilla a su vestido de percal. La niña de cinco años falleció poco después. También, demostrando su amor por el fuego, causó tres incendios más que pudieron ser controlados, incluyendo una estación de trenes. Los animales se encontraban asimismo bajo su “jurisdicción”. Por esto, mató a puñaladas a la yegua de su patrón Paulino Gómez, cuando se encontraba trabajando en una bodega.
Algunos niños tuvieron mejor fortuna que otros. Así fue como milagrosamente se salvaron Roberto Russo, de 2 años de edad, Carmelo Gittone, de 3 y Catalina Naulener, de 5. Todos ellos fueron golpeados y seducidos previamente por el “Petiso orejudo”. En los tres casos la casualidad quiso que algún agente del orden viera lo que estaba sucediendo y pudiera impedirlo. Pero Cayetano Santos Godino se tenía reservado un último crimen. Tal vez el más nefasto de todos.
Era la mañana del 3 de diciembre de 1912 y Cayetano salía de su casa como lo hacía siempre, a vagabundear un rato. También Jesualdo Giordano, un niño de 3 años, se dirigía a jugar con sus amigos del barrio. Y tuvo la mala suerte de que su destino y el de Godino se cruzaron. El “Petiso” se sumó a los chicos, que no pusieron reparos. Al fin y al cabo, siempre se llevó bien con ellos. Un poco por su aspecto de idiota y otro poco porque sabía seducirlos. Jesualdo por medio de caramelos cayó en su juego.
Jesualdo caminó con Cayetano hasta la Quinta Moreno, un lugar alejado donde el “Petiso orejudo” haría de las suyas por última vez. Allí lo arrinconó, lo golpeó y, quitándose la cuerda que llevaba por cinturón, lo ahorcó. Pero como el chico no moría, lo ató de pies y manos y salió en busca de un elemento más contundente. En la búsqueda, se topó con el padre de Jesualdo y hasta tuvo el tino de decirle que fuera a la comisaría a hacer una denuncia por su desaparición. El elemento que empleó Godino para acabar con el niño Jesualdo fue un clavo de cuatro pulgadas, que enterró en la sien de la criatura. Luego cubrió el cuerpo con una chapa y se dio a la fuga. Incluso tuvo el atrevimiento de pasar por el velatorio del niño. Dicen que aún quería ver si tenía el clavo enterrado en la sien.
Dos agentes de policía, Peire y Bassetti, se hicieron cargo de la investigación del caso, un registro en la casa de los Godino arrojaría rápidos resultados: restos de la cuerda que utilizó para estrangular a Jesualdo Giordano y un recorte del periódico La Prensa que relataba los detalles del crimen llevaron las sospechas al terreno de las certezas. Godino confesó sus crímenes y, en un primer momento, fue llevado a un Hospital de Salud Mental al considerarlo un enfermo psíquico que no tenía conciencia de sus actos. Allí trató de matar a un inválido postrado en una cama y a una persona que paseaba en sillas de ruedas.
Los años finales de Cayetano Santos Godino transcurrieron en la cárcel del Ushuaia, conocida como “la prisión del fin del mundo”. Un durísimo correccional, donde estaban recluidos los delincuentes más peligrosos.
Fran González
No hay comentarios:
Publicar un comentario