“¡Sorgiñak, sorgiñak!” este es el grito que solía escucharse en una pequeña aldea de la montaña Navarra cercana a Labourd allá por el siglo XVI. Brujas. Y es que, en Zugarramurdi, en este rincón norteño de nuestro país aconteció en aquellos años de oscuridades y tinieblas de la sinrazón, el caso más famoso de brujería registrado hasta ahora: un hecho que aún hoy sigue escampando los ecos ahogados de las seis mujeres que fueron quemadas vivas y las cinco abrasadas en efigie porque ya habían perecido antes.
Muchos conocerán la historia gracias a la reciente película que Álex de la Iglesia ha llevado a los cines, pero sin lugar a dudas la realidad va mucho más allá de esas atractivas imágenes del celuloide. Lo ocurrido en Zugarramurdi es parte indispensable de nuestra historia, de ese baúl oscuro donde se esconden las negras historias de un país y que, seguramente, aún podemos recordar gracias a Goya y su estremecedor cuadro de “El aquelarre”.
La purga de un rey francés
En 1608, el rey francés Enrique IV, fiel a la doctrina de Cristo y ferviente defensor de la fe, se embarcó en una cruzada personal por eliminar de sus tierras todo vestigio de “oscuridad y hechicerías”, desplegando un auténtico ejército de hombres y jueces en busca de brujas.Todo este despliegue hizo que muchas mujeres huyeran de tierras francesas temiendo ser perseguidas o ajusticiadas por el más mínimo motivo o la más insignificante sospecha, ante aquellos “vigilantes de la fe” capaces de ver confabulaciones con el mismísimo Diablo en el acto más cotidiano.
Temerosas de ser purgadas, muchas de estas jóvenes llegaron hasta tierras españolas, entre ellas una joven que aprovechó para volver al que era su pueblo natal: Zugarramurdi. Allí, el velo de la brujería también estaba extendido, eran habituales las sospechas, los murmuros, las historias… el miedo y las tradiciones de estas gentes provocaron que, sin saber cómo, unos empezaran a acusarse a los otros, María acuso a otras mujeres de practicar ritos extraños, otras personas la difamaron a ella… se alzó tal columna de habladurías que al poco todos estos ecos llegaron a los siempre expectantes oídos de la mismísima Inquisición.
María de Jurateguía se derrumbó ante su parroquia confesando ser bruja desde niña, desde que su tía María Chipia de Barrenechea la hubiera iniciado en estas artes. Pero eso no fue todo, la presión de las interrogaciones la obligó a dar más nombres, nombres de otros vecinos del pueblo: brujos y brujas con los que salía a buscar sapos, plantas milagrosas y a aprender artes prohibidas con el demonio en los bosques.
Vano intento de salvación
El 9 de febrero de 1609, cuatro días antes de que la Inquisición enviara una carta dando instrucciones de actuación ante los hechos investigados, se presentaron ante el tribunal de Logroño varios vecinos de Zugarramurdi demandando justicia y piedad: ninguno de ellos eran brujos, las únicas sospechas se basaban en la costumbre de varias mujeres por buscar plantas medicinales con las que remediar algunas dolencias, hechos comunes en cualquier aldea, pero aquel viaje desgraciadamente no les sirvió de nada. Aquellas personas cansadas, asustadas, de raro atuendo y extraña lengua, fueron encarceladas por la inquisición tras que el propio guía que los acompañó en aquel largo viaje declarara que eran brujos.Entre ellos estaban Graciana de Barrenechea, y sus dos hijas: Estevania y María.
El proceso inquisitorial:
Juan Valle Alvarado fue el inquisidor encargado de investigar todo lo que se sucedía en la pequeña localidad de Zugarramurdi: “Estas tierras están infestadas de brujas”, le dijo el abad del monasterio de Urdax. Los brujos y las brujas se reunían en el Mongastón (el prado del Cabrón), al lado de una cueva con un túnel subterráneo donde se alzaba una catedral al culto satánico o pagano. Allí aparecía el demonio, decían, se sentaba en una silla de oro -a instantes de manera negra- con su rostro feo y triste. Ellos provocaban que el mar se alzase y que los barcos naufragaran, que las cosechas se malograran, que las casas se llenaran de sabandijas y de que los recién nacidos murieran…En junio de 1610 los inquisidores del tribunal de Logroño acordaron la sentencia de culpabilidad de 29 acusados. Pero el Inquisidor Alfonso de Salazar votó en contra de la condena de María de Arburu por falta de pruebas, así como de otros diez. Sus dudas por aquel proceso quedaron redactadas en un informe que hoy en día sigue conservándose: “Cometimos culpa al no reconocer la ambigüedad de la materia. Cometimos defectos en la fidelidad y el recto modo de proceder…”
Todo ello no evitó que el 7 de noviembre de 1610, se celebrara el “auto de fe” en Logroño: once “supuestas brujas” ardieron en la plaza mayor, aunque cinco de ellas ya habían fallecido durante el proceso debido a las torturas o al suicidio.
Para proteger aquella plaza de las garras del mal y de la sombra del demonio, la Iglesia decidió alzar diez cruces durante un tiempo para proteger el pueblo tras aquel ajusticiamiento. La repercusión de aquel acto llegó a toda Europa en poco tiempo, alzando la oscura leyenda de “Zugarrramurdi” o el pueblo de las brujas, que aún hoy, seguimos conservando en nuestro oscuro legado popular…
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