¿Emparedamiento colectivo de los iluminados?
La torre de la iglesia de Nuestra Señora de Granada, en el extremeño pueblo de Llerena, albergaba un gran secreto: en su interior se hallaba un enorme amasijo de cadáveres, algunos de ellos momificados. ¿A quiénes pertenecían? Después de más de cincuenta años, el misterio sigue sin resolverse.Tanto Antonio como el resto de los trabajadores quedaron asombrados ante la visión de miles de cuerpos, la mayor parte de ellos en una posición extraña y con un gesto de horror. Aunque era pronto para sacar conclusiones, parecía tratarse de un emparedamiento colectivo. La noticia se extendió rápidamente, y muchos fueron los comentarios vertidos que intentaban averiguar el origen de aquellos cuerpos. ¿Inquisición? ¿Guerra Civil? Pero, a pesar de las dudas surgidas, el muro que tapaba la entrada a la habitación maldita fue levantado de nuevo. Durante algún tiempo los rumores siguieron recorriendo el pueblo, pero poco a poco, y sin mediar investigación alguna, el asunto cayó en el pozo del olvido. Y así se mantendría durante una década y media.
La voz de los muertos
A finales de los años setenta del pasado siglo las obras de remodelación en diferentes templos y lugares simbólicos se habían convertido en una actividad común por parte de la Dirección General de Bellas Artes, que pretendía recuperar viejos legados y sacar a la luz el patrimonio histórico. Y un buen día le llegó el turno a la iglesia de Nuestra Señora de Granada y a su torre alminar. Como no podía ser de otra manera, al poco de comenzar los trabajos los obreros dieron con la vieja puerta que escondía aquel panorama que quince años atrás había aterrado a los que habían cruzado su umbral. En esta ocasión llegaron a contar los cuerpos que allí se custodiaban. Superaban los seis millares. De ellos al menos cuatro decenas estaban momificados.En esta ocasión el asunto no fue enterrado y la opinión pública solicitó una respuesta a través del diario regional Hoy, que en todo momento se hizo eco de los adelantos y las novedades del caso. Pronto comenzó el estudio y la clasificación de los miles de cuerpos aparecidos en la torre de la iglesia de Llerena, auspiciados por el Ministerio de Cultura y llevados a cabo por los departamentos de Antropología de las universidades de Extremadura, Madrid, Barcelona y Sevilla. Gran parte de ellos fueron embalados y enviados a los laboratorios de dichas instituciones, cuyas primeras conclusiones no se hicieron esperar. No solo todos los especialistas estuvieron de acuerdo en que aquel era el enterramiento más importante descubierto en la España de la época contemporánea, sino que los resultados obtenidos fueron aun más aterradores que la mismísima visión de las momias. Según el departamento de Antropología de Madrid, los cadáveres presentaban violentas fracturas y algunos tenían el cráneo aplastado. Igualmente, el rictus de horror en sus rostros clamaba a voz en grito que habían padecido una muerte marcada por el sufrimiento.
Por ello, el departamento de Antropología de Barcelona llegó a la conclusión de que se trataba de un emparedamiento en vida. Ahora bien, si todo lo que proclamaron los especialistas era cierto, se sumaban nuevas preguntas a las ya planteadas. ¿Cuál era la verdadera identidad de aquellas personas? ¿Por qué fueron encerradas en la torre de una iglesia? ¿A qué se deben las fracturas y el rictus de horror de sus rostros? ¿Quiénes cometieron aquella masacre?
El santo oficio, en el punto de mira
Los primeros estudios históricos y otros indicios descartaron que fueron víctimas de uno de los tristes episodios de la Guerra Civil o de algún otro genocidio. Y centraron sus miras en las actividades que llevó a cabo la Santa Inquisición en Llerena. Esto provocó un duro enfrentamiento entre los investigadores y los grupos políticos y religiosos más conservadores. Y es que al pronunciar la palabra Inquisición se puso en marcha un proceso de desinformación y mutilación de datos, además de una fuerte presión a los antropólogos, hasta el punto que muchos de ellos decidieron retirarse de la investigación.
Otros, no queriendo comprometerse, cambiaron de opinión y excluyeron de sus escritos todo lo relativo a extrañas fracturas y rictus para afirmar que los cuerpos no presentaban ningún tipo de señal fuera de lo normal. Por su parte, las autoridades locales hicieron lo propio alegando que existía una explicación lógica a aquel enterramiento y afirmaron que esos cuerpos pertenecían a un viejo cementerio anexo a la iglesia y que fueron guardados en la torre al desaparecer la necrópolis. Si esto fuera cierto, ¿por qué los restos fueron ocultados tras un muro que cegaba la habitación? ¿Por qué no fueron trasladados a una fosa común del nuevo cementerio? Incluso los grupos conservadores llegaron a comentar que las extrañas posturas de los cadáveres habían sido provocadas por los movimientos de los cuerpos durante la investigación antropológica, en contra de lo que ya había declarado el notario Antonio Carrasco en 1964. A partir de ese momento cualquier pregunta comprometida a las autoridades fue rechazada sistemáticamente y los altos estamentos presionaron a los medios de comunicación para que solamente publicaran la versión oficial del caso.
La secta de los alumbrados
Desde aquel momento se intentó tirar por tierra todas las tesis lógicas sobre este suceso. Desde historiadores a políticos, las manifestaciones expresadas quitaban importancia al tema. Incluso se llegó a comentar que la Inquisición apenas había tenido relación con la localidad, dejando de lado la realidad histórica que señala a este pueblo extremeño como sede del Tribunal del Santo Oficio en el año 1501. Pero, aunque la Inquisición solamente ubicaba sus sedes en las grandes capitales, lo cierto es que Llerena se convirtió en depositaria de este tribunal, tal vez porque en esta localidad sucedió algún hecho fuera de lo común. En el año 1516 esta institución dejó el pueblo y se trasladó a Plasencia, pero regresó de nuevo en 1570 debido a que en él se había instalado una tenebrosa secta, los Iluminados o Alumbrados. Esta había llegado a España a comienzos del siglo XVI y se había extendido por algunas localidades, entre ellas Llerena.Estaba integrada por personajes que estaban en contra de la oración, el ayuno, los gestos de adoración, el agua bendita, el acto de arrodillarse, la veneración de imágenes, los predicadores católicos, la sagrada hostia, la cruz, la Biblia y otras tantas cuestiones, lo que los convertía en hombres malditos de cara al cristianismo. Además, profanaban los lugares sagrados y obligaban a las mujeres a tener relaciones sexuales con ellos como penitencia. Incluso, según las crónicas, llegaron a envenenar y matar a un obispo. Está claro que una serie de hechos como este no pasaron por alto para la implacable Inquisición española y que sus iniciativas para reprimir esta creencia siniestra debieron de ser contundentes. Si en otros momentos de la historia se pasó a cuchillo a personas inocentes solo por discrepar del dogma católico, en esta ocasión tuvo que ser aún peor, ya que se trataba de personajes que realmente estaban haciendo un mal a la religión y a la sociedad. Y es que todos los elementos de este caso –una secta de individuos maléficos, un tribunal del Santo Oficio y unos cuerpos, posiblemente emparedados en vida, con terribles rastros de sufrimiento– solo sugieren una palabra: Inquisición.
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