Dom Agustín Calmet fue un teólogo francés que vivió en siglo XVIII y dedicó una parte de su obra a hablar e investigar sobre seres fantásticos relacionados con el mal. En su libro de 1751, “Tratado sobre las apariciones de espíritus y de los vampiros o los aparecidos” nos habla de los masticadores, un tipo especial de vampiro. Calmet no fue el único que habló de este tipo de vampiro, también en el siglo XVIII, Michael Ranft, pastor luterano, historiador, escritor y experto en vampiros dejó un escrito titulado: “De masticatione mortuorum en Tumulis” (1728). En ese documento habla de los masticadores, los muertos que devoraban las telas de sus ataúdes o mortajas.
Para que un muerto no se convirtiera en vampiro “masticador”, en algunos lugares de Europa se tomó la costumbre de poner tierra bajo la mandíbula a fin de que no pudiera abrir la boca, atar una cuerda alrededor de la garganta para que no pudiera tragar o introducir en la cavidad bucal una moneda y una piedra, para que no pudiera engullir su mortaja y causar más muertes. Cuando se abría una tumba y se encontraba un “masticador” solía procederse a decapitar al muerto.
La explicación más plausible a este fenómeno es que en épocas pretéritas se solía enterrar a los muertos con un velo sobre su cabeza. Muchos cuerpos muertos al empezar la descomposición producen gases y posiblemente si la boca quedaba abierta, por algún efecto de vacío, se producía una succión que introducía el velo o la mortaja dentro de la boca del difunto. Al abrir la tumba y ver que la tela estaba en la cavidad bucal se creó el mito de los vampiros masticadores. El hecho de que murieran parientes entra dentro de lo normal ya que posiblemente se habrían contagiado. Durante las epidemias de peste es cuando más circularon las historias de “masticadores”.
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