El Necronomicón, cuya auténtica denominación sería Al-Azifp
(palabra que en árabe, según Lovecraft, designa el ruido nocturno de
los insectos atribuidos en otro tiempo a los demonios) describe unas
horribles entidades que ya existían antes de que naciera este mundo y a
las que, siguiendo sus instrucciones, se puede ayudar a volver.
Son los Antiguos, los Dioses Primigenios o Primordiales,
seres de pesadilla, la quintaesencia de todo mal. Los Antiguos habrían
llegado a la Tierra antes de todo tiempo conocido e instauraron un
reinado tiránico asistido por otras razas que, por practicar la magia
negra fueron expulsados, aunque viven aún en el exterior, dispuestas en
todo momento a volver a apoderarse de la Tierra. Una de estas formas de
vida especialmente inteligente, anterior a la humana, a la que el
Necronomicón daría el nombre de Gran Raza de Yith, se alzó contra sus
creadores.
Los seres de la Gran Raza no tienen forma, parasitan los
cuerpos de otras especies y pueden moverse a través del tiempo. De
hecho, cada vez que se encuentran en peligro, huyen hacia algún
espacio-tiempo más favorable donde se apoderan de los cuerpos de alguna
forma de vida adaptada a sus necesidades. Cuando fueron derrotados,
huyeron a un tiempo por delante del nuestro, donde, según el libro, se
habrían apoderado de los cuerpos de unos escarabajos que sucederán al
hombre en el dominio de la Tierra.
El Necronomicón
Los dioses primigenios entraron a su vez en conflicto con
otra categoría de divinidades estelares, los Arquetípicos, originarios
de la estrella Betelgeuse. Más que de benévolos habría que calificarles
de indiferentes respecto de la suerte de la humanidad, a la que
consideran una de las muchas formas de vida mortales e insignificantes
que pueblan nuestro continuo espacio-tiempo. La rebelión, encabezada por
Azathoth, acabó tras una larga y denodada lucha, con la derrota de los
dioses primigenios hace ya incontables eones.
El más famoso de ellos, el horrible Cthulhu, fue condenado
en nuestro mundo a permanecer en la ciudad sumergida de R’lyeh, donde,
aunque muerto, permanece soñando y esperando el día de su despertar. La
ciudad de R’lyeh estaría situada en algún punto cerca de Pónape, en las
Islas Carolinas, zona donde se encuentran las ciclópeas ruinas
semisumergidas de Nan Madol.
El jefe de la rebelión, Azathoth, el Caos Idiota, fue
privado de inteligencia y de voluntad. Su horrorosa forma, culmen de la
angustia y esencia de una locura devoradora de conciencias, fue arrojada
junto a Yog-Sothoth, una de cuyas manifestaciones más conocidas es una
infinidad de globos iridiscentes que consumen y queman el espíritu,
fuera de nuestro espacio-tiempo. Cthugha fue apresado en la estrella
Fomolhaut. Ithaqua, al que llaman “El que camina en el viento”, está
atrapado bajo un poderoso sello entre los hielos árticos.
El inefable Hastur fue confinado en un paraje cerca de la
ciudad de Carcosa, en el cúmulo estelar de las Híadas. La fortaleza
negra sobre la ciudad de Kadath, en el Desierto de Hielo, una región en
la zona fronteriza entre el mundo de la vigilia y el del sueño, es la
prisión de muchos Primigenios menores.
Otros primigenios, mayores y menores, como Dagon o
Ghatanothoa, el Dios-Demonio, permanecen atrapados en una u otra forma
en diferentes universos y dimensiones. Tan sólo el malvado Nyarlathotep,
El Que No Tiene Rostro, parece haber escapado a la prisión o al exilio.
Las revelaciones del Necronomicón serían aún más
inquietantes, pues aunque los Primigenios están atrapados en diferentes
cárceles dimensionales, toda una multitud de híbridos y razas que los
adoraron en su momento perviven en el Universo. Los individuos de esas
especies, muchas de las cuales son formas de vida degenerada, perciben
los ecos de sus dioses y tratan de violentar los sellos que los
aprisionan para liberar a los Antiguos. Algunas de las láminas
ilustradas del Necronomicón mostrarían a esos seres de aspecto aterrador
que el artista Giger ha recreado magistralmente.
En nuestro propio mundo, bajo uno de cuyos océanos
permanece aletargado el Gran Cthulhu, existiría una forma de vida
híbrida, los Profundos, en cuyos sueños penetra la voz del Dios. Tales
seres tienen aspecto humano durante sus primeros años de vida, aunque
con rasgos de batracio. Según transcurre su desarrollo, sus
características de anfibio van pasando a un primer plano hasta que se
transforman por fin en una especie marina de rasgos levemente
antropoides.
Todos sus cultos y ceremonias van encaminados a dar a
Cthulhu la fuerza necesaria para ser despertado y para prepararle de
nuevo nuestro mundo. Algunos seres humanos son receptivos a las voces y
pueden ser dirigidos en una manera de posesión. Según algunos
investigadores, éste sería el caso de Lovecraft, al que se ha llamado el
profeta de providence, su ciudad natal.
Lovercraft
Para ellos, Lovercraft presentaba rasgos de obsesión
demoníaca. Odiaba la luz del Sol y durante el día escribía con las
cortinas echadas. Por las noches, se dedicaba a pasear por las
callejuelas solitarias y los cementerios de su ciudad. Su temperatura
corporal era anormalmente baja, signo, para la mayoría de los
ocultistas, de la presencia de entidades vampíricas que absorben el
calor orgánico para nutrirse y que le habrían asaltado en las horribles
pesadillas de las que era presa prácticamente a diario.
La fuente de su inspiración eran precisamente sus sueños,
en los que visitaba extrañas ciudades de exóticas arquitecturas,
increibles paisajes cósmicos y formas de vida no humanas. De su ciclo
onírico, conectado con el de los Mitos, se desprende que Lovecraft tenía
una rara facilidad para moverse en lo que él llamaba “las tierras del
sueño”, un universo separado del de la vigilia por una región fronteriza
a través de la cual sus habitantes podían acceder a nuestro mundo mismo
de modo que ciertos soñadores experimentados podían alcanzar el otro
lado.
La clave estaría en lo que él denominaba la llave de plata,
que adeptos de ciertas sociedades afirman poseer y que les daría acceso
a realidades diferentes. Lovecraft se autocalificaba de materialista.
Un ateo extraño, si tenemos en cuenta que, como él mismo declara, desde
niño levantaba altares en los bosques a los dioses antiguos y estaba
familiarizado con las obras de magos, teósofos y ocultistas como Eliphas
Levi, uno de cuyos libros es empleado en sus relatos por practicantes
de la antigua magia.
Para algunos, su materialismo era una forma de no
enfrentarse a la evidencia. Como dice Kenneth Grant, parece que
Lovecraft “empleó su vida en un vano intento de negar los poderosos
Entes que le movían”, seres que, supuestamente, terminarían por
destruirle en 1937, a sus 47 años, aquejado de un cáncer intestinal y de
insuficiencia renal.
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