miércoles, 14 de septiembre de 2016

El Necronomicón

El Necronomicón, cuya auténtica denominación sería Al-Azifp (palabra que en árabe, según Lovecraft, designa el ruido nocturno de los insectos atribuidos en otro tiempo a los demonios) describe unas horribles entidades que ya existían antes de que naciera este mundo y a las que, siguiendo sus instrucciones, se puede ayudar a volver.
Son los Antiguos, los Dioses Primigenios o Primordiales, seres de pesadilla, la quintaesencia de todo mal. Los Antiguos habrían llegado a la Tierra antes de todo tiempo conocido e instauraron un reinado tiránico asistido por otras razas que, por practicar la magia negra fueron expulsados, aunque viven aún en el exterior, dispuestas en todo momento a volver a apoderarse de la Tierra. Una de estas formas de vida especialmente inteligente, anterior a la humana, a la que el Necronomicón daría el nombre de Gran Raza de Yith, se alzó contra sus creadores.
Los seres de la Gran Raza no tienen forma, parasitan los cuerpos de otras especies y pueden moverse a través del tiempo. De hecho, cada vez que se encuentran en peligro, huyen hacia algún espacio-tiempo más favorable donde se apoderan de los cuerpos de alguna forma de vida adaptada a sus necesidades. Cuando fueron derrotados, huyeron a un tiempo por delante del nuestro, donde, según el libro, se habrían apoderado de los cuerpos de unos escarabajos que sucederán al hombre en el dominio de la Tierra.
El Necronomicón
Los dioses primigenios entraron a su vez en conflicto con otra categoría de divinidades estelares, los Arquetípicos, originarios de la estrella Betelgeuse. Más que de benévolos habría que calificarles de indiferentes respecto de la suerte de la humanidad, a la que consideran una de las muchas formas de vida mortales e insignificantes que pueblan nuestro continuo espacio-tiempo. La rebelión, encabezada por Azathoth, acabó tras una larga y denodada lucha, con la derrota de los dioses primigenios hace ya incontables eones.
El más famoso de ellos, el horrible Cthulhu, fue condenado en nuestro mundo a permanecer en la ciudad sumergida de R’lyeh, donde, aunque muerto, permanece soñando y esperando el día de su despertar. La ciudad de R’lyeh estaría situada en algún punto cerca de Pónape, en las Islas Carolinas, zona donde se encuentran las ciclópeas ruinas semisumergidas de Nan Madol.
El jefe de la rebelión, Azathoth, el Caos Idiota, fue privado de inteligencia y de voluntad. Su horrorosa forma, culmen de la angustia y esencia de una locura devoradora de conciencias, fue arrojada junto a Yog-Sothoth, una de cuyas manifestaciones más conocidas es una infinidad de globos iridiscentes que consumen y queman el espíritu, fuera de nuestro espacio-tiempo. Cthugha fue apresado en la estrella Fomolhaut. Ithaqua, al que llaman “El que camina en el viento”, está atrapado bajo un poderoso sello entre los hielos árticos.
El inefable Hastur fue confinado en un paraje cerca de la ciudad de Carcosa, en el cúmulo estelar de las Híadas. La fortaleza negra sobre la ciudad de Kadath, en el Desierto de Hielo, una región en la zona fronteriza entre el mundo de la vigilia y el del sueño, es la prisión de muchos Primigenios menores.
Otros primigenios, mayores y menores, como Dagon o Ghatanothoa, el Dios-Demonio, permanecen atrapados en una u otra forma en diferentes universos y dimensiones. Tan sólo el malvado Nyarlathotep, El Que No Tiene Rostro, parece haber escapado a la prisión o al exilio.
Las revelaciones del Necronomicón serían aún más inquietantes, pues aunque los Primigenios están atrapados en diferentes cárceles dimensionales, toda una multitud de híbridos y razas que los adoraron en su momento perviven en el Universo. Los individuos de esas especies, muchas de las cuales son formas de vida degenerada, perciben los ecos de sus dioses y tratan de violentar los sellos que los aprisionan para liberar a los Antiguos. Algunas de las láminas ilustradas del Necronomicón mostrarían a esos seres de aspecto aterrador que el artista Giger ha recreado magistralmente.
En nuestro propio mundo, bajo uno de cuyos océanos permanece aletargado el Gran Cthulhu, existiría una forma de vida híbrida, los Profundos, en cuyos sueños penetra la voz del Dios. Tales seres tienen aspecto humano durante sus primeros años de vida, aunque con rasgos de batracio. Según transcurre su desarrollo, sus características de anfibio van pasando a un primer plano hasta que se transforman por fin en una especie marina de rasgos levemente antropoides.
Todos sus cultos y ceremonias van encaminados a dar a Cthulhu la fuerza necesaria para ser despertado y para prepararle de nuevo nuestro mundo. Algunos seres humanos son receptivos a las voces y pueden ser dirigidos en una manera de posesión. Según algunos investigadores, éste sería el caso de Lovecraft, al que se ha llamado el profeta de providence, su ciudad natal.
Lovercraft
Para ellos, Lovercraft presentaba rasgos de obsesión demoníaca. Odiaba la luz del Sol y durante el día escribía con las cortinas echadas. Por las noches, se dedicaba a pasear por las callejuelas solitarias y los cementerios de su ciudad. Su temperatura corporal era anormalmente baja, signo, para la mayoría de los ocultistas, de la presencia de entidades vampíricas que absorben el calor orgánico para nutrirse y que le habrían asaltado en las horribles pesadillas de las que era presa prácticamente a diario.
La fuente de su inspiración eran precisamente sus sueños, en los que visitaba extrañas ciudades de exóticas arquitecturas, increibles paisajes cósmicos y formas de vida no humanas. De su ciclo onírico, conectado con el de los Mitos, se desprende que Lovecraft tenía una rara facilidad para moverse en lo que él llamaba “las tierras del sueño”, un universo separado del de la vigilia por una región fronteriza a través de la cual sus habitantes podían acceder a nuestro mundo mismo de modo que ciertos soñadores experimentados podían alcanzar el otro lado.
La clave estaría en lo que él denominaba la llave de plata, que adeptos de ciertas sociedades afirman poseer y que les daría acceso a realidades diferentes. Lovecraft se autocalificaba de materialista. Un ateo extraño, si tenemos en cuenta que, como él mismo declara, desde niño levantaba altares en los bosques a los dioses antiguos y estaba familiarizado con las obras de magos, teósofos y ocultistas como Eliphas Levi, uno de cuyos libros es empleado en sus relatos por practicantes de la antigua magia.
Para algunos, su materialismo era una forma de no enfrentarse a la evidencia. Como dice Kenneth Grant, parece que Lovecraft “empleó su vida en un vano intento de negar los poderosos Entes que le movían”, seres que, supuestamente, terminarían por destruirle en 1937, a sus 47 años, aquejado de un cáncer intestinal y de insuficiencia renal.

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