Esta raza de tradición nómada, era en la antigüedad temida por sus frecuentes saqueos. Tenían por costumbre enterrar a algunos de sus muertos en pirámides y se les tiene por los responsables del levantamiento de varios monumentos megalíticos diseminados por la costa norteafricana.
Se piensa que los pueblos bereberes fundamentalmente adoraban a la luna y al sol y parece que las creencias religiosas y culturales de este conjunto de pueblos influenciaron las creencias de varias culturas mediterráneas de guerreros o comerciantes como los fenicios, los griegos o los romanos. Un ejemplo de ello es que sus vecinos egipcios consideraban que algunos de sus dioses eran de origen bereber. O el culto a la diosa Tanit de la mitología cartaginesa, consorte del dios Baal e identificada con la fenica Astarté, que fue también una diosa bereber y diosa de la isla de Ibiza.
Como dato curioso diremos que este pueblo juega un gran papel en la última novela publicada en vida del visionario escritor Julio Verne en la que el protagonista tiene la pretensión de crear un mar en mitad del desierto del Sáhara para crear así tierras de cultivo.
En sus leyendas cuentan como Tin-Hinan estaba emparentada con unos hombres de tremenda estatura, cabellos claros y ojos rasgados que procedían de la constelación de Orión.
Y según las transcripciones del traductor Calassanti que convivió con este pueblo y tomó registro escrito de sus relatos, la princesa poseía capacidades sobrehumanas y hablaba de una gran inundación que acabó con su cultura. También era capaz de establecer comunicación con los dioses a voluntad.
Otros relatos cuentan como esta figura llegó a las tierras donde se estableció y fundó su reino montando una camella blanca con su séquito de esclavos en un viaje de más de 1.000 kilómetros a través de las adversidades del desierto.
En el año 1925 se encontró el lugar donde fue enterrada la matriarca de los Tuareg, un lugar que habían mantenido en secreto durante 16 siglos. La monumental tumba fue abierta y en su interior se encontró el cuerpo de una mujer con una altura de casi 2 metros. Parecía haber sido enterrada con honores, en una cámara mortuoria de gran tamaño con un ajuar de más de 600 objetos de valor.
El esqueleto que se encontró completo, había sido engalanado con 7 pulseras de plata en el brazo derecho y 7 pulseras de oro en el izquierdo. Se dató la antigüedad de los restos entre los años 450 y 130 d.C.
El monumento funerario se encuentra sobre un túmulo en una colina cerca al oasis de Abalesca y constituye el punto central de una necrópolis que cuenta con 12 tumbas más con forma de pequeñas torres. Todo situado a escasos 250 kilómetros de la cordillera de Tassili, famosa por dar cobijo a unas de las pinturas prehistóricas más enigmáticas de las que tenemos constancia entre las que se incluyen representaciones pictóricas de extrañas y sugerentes figuras humanoides que no parecen encajar en el marco de la historia oficial.
El monumento funerario de Tin-Hinan se compone de 11 salas conectadas entre ellas con una única entrada. Es bajo una de estas salas donde se hallaron los restos de la princesa. En el momento de su descubrimiento, el recinto estaba delimitado por un muro cuyas piedras eran tan voluminosas que se planteó el enigma de la imposibilidad de desplazar los bloques a lo alto del túmulo.
De nuevo, las antiguas leyendas, guardadas por algunos pueblos, parecen tener la clave de un conocimiento antiguo perdido en el tiempo. Las narraciones de los Tuareg provenientes de tiempos remotos y que han sido preservadas gracias a la tradición oral y la identidad cultural parecen ser constatadas mediante vestigios arqueológicos nutriéndolas así con cierta verosimilitud.
Si la leyenda de la Atlántida fue real, ¿podría haberse dado una diáspora de los supervivientes de otra raza tras la destrucción de su tierra por todo el planeta? Tal vez, un indicio de esto fueran todas las construcciones megalíticas dispersadas alrededor del mundo.
La leyenda de esta misteriosa princesa, cuyos restos se exponen en el museo de El Bardo en Argelia, representa una pequeña aunque importante clave de ese conocimiento ancestral perdido capaz de hacernos imaginar y soñar que otros mundos son y fueron posibles. Un punto más que conectar en el inmenso patrón tras el cual se hallaría la verdad de nuestra historia.
Concluimos con la descripción que hace el pueblo Tuareg de su querida princesa en los relatos:
‘’Una mujer irresistiblemente bella, alta, su cara sin defectos, de tez luminosa, de ojos inmensos y ardientes, nariz fina. Una imagen que evoca a la vez belleza y autoridad’’.
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