Carl Tanzler se obsesionó tan perdidamente por una hermosa mujer de cabello oscuro, de porte exótico, que en la muerte vio la oportunidad de que un amor no correspondido se transformara en algo más, llevándolo a realizar lo impensable. Algunos dijeron que él no era más que un romántico excéntrico; otros rechazaron lo que hizo, catalogándolo como un sujeto repulsivo que robó y abusó del cadáver de una joven cubana. Esta es su historia…
Carl Tanzler, el hombre que llevó su amor más allá de la Muerte
Carl Tanzler era un radiólogo alemán que trabajaba en un Hospital para Marines, en Cayo Hueso, Florida. Allí su vida se entrelazaría de forma peculiar con la de María Elena Milagro de Hoyos, una mujer de origen cubano-estadounidense, enferma de tuberculosis.Ambos se conocieron el 22 de abril de 1930, cuando la madre de María Elena, a quien solían llamar “Helen”, la trasladó a su consultorio para realizarle unos exámenes fisiológicos. Desde ese momento, Tanzler quedó cautivado por su belleza. El embeleso se intensificó mucho más cuando recordó una revelación en la que una tía fallecida, la condesa Anna Constantia von Cosel, le mostraba el supuesto rostro de su verdadera alma gemela: era ella… la exótica mujer de cabellos negros.
Él era un hombre casado y padre de dos jovencitas. Ella, habría contraído matrimonio con Luis Mesa, quien la abandonó después de sufrir un aborto. Sin que nada de esto importara, Tanzler hizo todo lo que pudo, incluso hasta más, para no apartarse de la mujer cubana de 22 años.
Aplicó cualquier conocimiento sobre medicina que tenía para salvar la vida de su amada secreta. La atendía en su casa, donde era sometida a tratamientos cuestionables que no contaban con aprobación médica. Tras estos esfuerzos guardaba la esperanza de curarla de la tuberculosis y de esta manera ganarse su amor. Sin embargo, la enfermedad la venció y falleció el 25 de Octubre de 1931.
Aún con toda la desgracia, la muerte no fue capaz de arrancarle la ardiente obsesión que despertó la mujer de cabello oscuro. Carl Tanzler, con el permiso de la familia de María Elena, se encargó de cubrir los gastos funerarios, construyó un mausoleo alto para que los restos no fueran afectados por el agua. Sin que nadie lo supiera, además, habría preparado el cuerpo con formaldehído junto a otras sustancias para conservar sus restos. Tramaba un plan con el que consumaría su romance finalmente.
Dos años después del deceso de la joven, el radiologista alemán, a escondidas, exhumó el cadáver en avanzado estado de descomposición y lo llevó consigo a su domicilio. Usó desinfectantes, perfumes y preservantes de cualquier tipo para desprender el hedor de su amada.
Probó cualquier cosa para sustituir las partes del cuerpo de la mujer que cedían por efectos de la muerte, le rellenó los senos para que no perdieran la forma y unió algunas piezas de lo que quedaba de su humanidad con pequeños alambres. Lo intentó todo, hasta la taxidermia.
Dormía a su lado, cantaba canciones para ella, la vestía con ropa nueva y le hacía el amor con la ayuda de un tubo que le instaló para que funcionara como una falsa vagina. No podía llevar esta locura más lejos.
Pese a todo esto, pasaron nueve años hasta que Tanzler, el hombre que se obsesionó con una muerta, fue descubierto. La hermana de María Elena escuchó rumores sobre el robo del cadáver de su hermana que apuntaban al hombre que la había cuidado en su convalecencia. Después de visitarlo a su casa comprobó que, efectivamente, así era.
La noticia se extendió como pólvora y se convirtió en el suceso del momento. El cuerpo de María Elena fue estudiado por patólogos, y posteriormente, exhibido al público. Se trataba de un acontecimiento sumamente extraño, sobre todo por las condiciones en las que se encontraba el cadáver: pues, la que habría sido una hermosa mujer en vida, fue convertida en una muñeca terrorífica.
A Elena la enterraron de nuevo en un lugar incógnito, para evitar que la historia se repitiera, y aunque la familia de Hoyos acudió a la justicia para que el “romántico excéntrico” pagara por lo sucedido, Tanzler nunca fue encarcelado por los hechos.
Después de todo, jamás volvió a recuperar al cuerpo de la mujer por la que se obsesionó, pero renuente a dejar todo atrás, construyó una réplica de María Elena con una máscara mortuoria que calcaba su rostro. Ésta sirvió para mantener viva la lúgubre ilusión que lo acompañó hasta su lecho de muerte, el 13 de Agosto de 1952.
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