Un llamativo paralelismo entre el pueblo azteca y el
pueblo hebreo sugiere que Huitzilopochtli y Yahvé pudieron haber sido un
mismo dios.
Coatépec, el cerro de la serpiente, era el lugar donde
nació Huitzilopochtli, el dios del sol y de la voluntad, patrón de la
guerra, de las tácticas bélicas, de las batallas y del fuego. Imagen:
Cerro de la Serpiente, Códice Ramírez.
El periodista e investigador Andreas Faber-Kaiser nos contaba en su libro «Las nubes del engaño» que,
según las tradiciones aztecas, hace unos 800 años, su dios
Huitzilopochtli les dijo que tenían que abandonar la región en la que
vivían para dirigirse hacia el sur, «hasta que encontrasen un lugar en
una isla, situado en medio de una laguna en la que verían un águila
devorando a una serpiente». Añadiendo que en ese enclave habrían de
asentarse y él les convertiría en un gran pueblo.
Probablemente, antes de salir a cumplir los designios de su
dios, los aztecas habitaban en lo que hoy son los estados de Arizona y
Utah. Así que su peregrinar hasta Tenochtitlán —a unos 3.000 kilómetros—
fue mucho más largo que el realizado por los israelitas, atravesando
zonas de la más variada vegetación, desde áreas selváticas a desiertos,
poniéndose a prueba la fe en la palabra de su dios. Hasta que, por fin,
encontraron una pequeña isla en medio del lago Texcoco y al águila que
devoraba a la serpiente.
Huitzilopochtli en forma humana. Códice Ramírez.
Pero además de este paralelismo con el «pueblo elegido»
por Yahvé, existen otras notables coincidencias entre los israelitas y
los aztecas. Así, el dios de estos últimos —Huitzilopochtli—, era
«protector», como Yahvé, pero también muy exigente e implacable en sus
castigos.
Igualmente, tanto Yahvé como Huitzilopochtli acompañaron a
sus respectivos pueblos a lo largo de su peregrinaje, ayudándoles
directamente a superar las dificultades que se presentaban. Sólo que
mientras el primero se manifestaba como una nube —de día— o columna de
fuego —de noche—, el segundo adquirió la forma de un gran águila o
grulla que, al igual que Yahvé, iba señalando la dirección a tomar.
Otro paralelismo lo encontramos en el hecho de que ambos
pueblos transportasen una especie de cajón sagrado que contenía algo de
gran valor para ellos, sirviéndoles para comunicarse con sus dioses. Los
hebreos portaban el Arca de la Alianza y los aztecas, un «cofre» que
colocaban en el interior de un templo móvil.
Fundación de México-Tenochtitlan. Códice Durán, s. XVI.
Finalmente, los dos peregrinaron largos años, aunque los
hebreos dando vueltas al desierto del Sinaí durante 40 años y los
aztecas más de 150, hasta establecerse en la actual ciudad de México.
Pero hay más similitudes que acercan la historia de estos
dos pueblos, como las vicisitudes sufridas por ambos (hambre, sed,
plagas, tormentas, guerras…) y la singular forma en que fueron guiados
por sus dioses, ya que, cuando se quejaban, aquéllos respondían con furia
acusadora ante su falta de disciplina y de fe.
La lista sería interminable, ya que los paralelismos son
tantos que achacar ambos «éxodos» —tan distantes en el espacio y en el
tiempo— a la mera casualidad no parece razonable. Ahora bien, si
consideramos la hipótesis extraterrestre, surge también una pregunta que
podría explicar esas similitudes: ¿no será que Huitzilopochtli y Yahvé
eran seres extraterrestres procedentes de un mismo lugar? Es más: ¿no
sería el mismo personaje?
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