La reencarnación se define como
el proceso mediante el cual, al morir, el alma se separa del cuerpo,
para, después de algún tiempo, tomar otro cuerpo y volver a nacer.
La
principal premisa de este fenómeno es que el alma o espíritu debe
“viajar” por distintos cuerpos, con el propósito de aprender en diversas
vidas las lecciones que proporciona la existencia terrena, hasta
alcanzar la máxima perfección, una forma de liberación o de unión con un
estado de conciencia más alto.Cuando el alma alcanza esa perfección, ya no necesitaría reencarnarse, sumergiéndose para siempre en el infinito de la eternidad.
El doctor, profesor universitario y psiquiatra canadiense Ian Stevenson, ha investigado durante más de 40 años cerca de tres mil casos de niños que presentaban recuerdos sobre vidas pasadas.
En su libro “Casos sobre reencarnación en Europa”, redactó uno de los casos más intrigantes sobre el fenómeno de la reencarnación: el caso de las gemelas Pollock.
Según relató Stevenson en su libro, el domingo 5 de mayo de 1957, en la localidad de Whitley-Bay, Reino Unido, a orillas del Mar del Norte, el matrimonio conformado por John y Florencia Pollock salió de su casa para acudir como todos los domingos para celebrar la misa del mediodía en la iglesia del pueblo.
Iban acompañados por sus dos pequeñas hijas, Joanna y Jacqueline Pollock, de 11 y 6 años. Sin embargo, antes de llegar a la iglesia, se desencadenó la tragedia.
Las niñas, adelantándose a sus padres para asegurarse un lugar en la iglesia, al doblar una esquina y cruzar imprudentemente una calle, se encontraron de frente con un vehículo que las atropelló, matándolas instantáneamente.
Un año después del fatal accidente, y refrendando ese viejo aforismo cristiano que afirma que “Dios da, y Dios quita”, los Pollock fueron nuevamente padres.
En esta ocasión, de dos gemelas, Gillian y Jennifer, que nacieron el 4 de octubre de 1958 con 10 minutos de diferencia.
Sin embargo, después que las niñas cumplieran tres años y comenzaran a modular sus primeras palabras, sus progenitores notaron que algo extraño sucedía:
Las gemelas eran capaces de recordar eventos pasados de la vida de sus dos hermanas fallecidas en 1957.
En efecto, Gillian y Jennifer parecían conocer a la perfección cada rincón de su casa y a los mismos habitantes del pueblo. Sus hábitos y costumbres eran idénticos a los de sus hermanas e, incluso, hablaban del mismo modo.
Aunque eran gemelas, una aparentaba ser más grande y protegía a la otra, que aceptaba el rol de hermana más pequeña. Mientras que Gillian recordaba la vida de su hermana Joanna, fallecida a los once años, Jennifer recordaba la de Jacqueline, de seis.
En una oportunidad, las niñas encontraron en un desván las muñecas con las que solían jugar sus fallecidas hermanas y no sólo sabían a quien pertenecía cada cual, sino que también conocían los mismos nombres que éstas les habían dado.
Para hacer aún más increíble la situación, las niñas también tenían marcas en el cuerpo que coincidían con las de sus dos hermanas muertas.
Jennifer tenía unas pequeñas marcas en la nariz, casualmente en el mismo lugar en que la difunta Jacqueline había sufrido tres puntos de sutura, tras golpearse en el rostro cuando tenía tres años.
Gillian, en tanto, tenía un lunar en el costado izquierdo de la cintura, la misma marca que tenía su fallecida hermana Joanna.
En una ocasión, sus padres, sorprendidos por todos estos hechos, las oyeron hablar sobre el fatal accidente que les había costado la vida a Joanna y Jacqueline ese infausto 5 de mayo de 1957, describiendo sensaciones como el recuerdo de la sangre brotando desde su narices y bocas.
“No quiero que me vuelva a pasar. Fue horrible, mis manos estaban llenas de sangre, igual que mi nariz y mi boca. No podía respirar”, dijo Jennifer, a lo que su hermana Gillian replicó: “No me lo recuerdes, parecías un monstruo y algo rojo salió de tu cabeza”.
Las niñas, además, demostraban tener una fobia absoluta a los vehículos. Cuando veían pasar alguno en la calle, se abrazaban instintivamente a sus padres buscando protección.
Sin embargo, después que las niñas cumplieran cinco años, la misma edad en la que los científicos coinciden en señalar como uno de los umbrales para recordar vidas pasadas, Jennifer y Gillian Pollock dejaron de experimentar estos extraños comportamientos y comenzaron a vivir una infancia totalmente normal.
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