Extraterrestre significa, literalmente, que pertenece al espacio exterior de la Tierra o procede de él. Una endeble, pero sugerente, presencia ET ha sido empleada en numerosas ocasiones para explicar los enigmas de la cultura egipcia. Y sin embargo, pocas veces pensamos en los elementos auténticamente extraterrestres que sustentan las creencias de los antiguos egipcios: adoración y culto de un legado realmente venido de las estrellas.
La culpa está en la falta de respuestas. La cultura faraónica, que brilló con un esplendor sin igual entre sus contemporáneos, es la civilización de la Antigüedad que más enigmas acumula a lo largo de sus más de 3.000 años de historia. La construcción de las pirámides, su perfecta orientación astronómica o los incomprensibles textos que acompañan a muchas de ellas, señalan en una misma dirección: las estrellas.
Algunos de los misterios que rodean a los antiguos egipcios están tan enrocados en la comunidad científica que no son pocos los que han propuesto, quizá de una forma aventurada, la respuesta extraterrestre. Los propios textos antiguos nos hablan de visitas y viajes a las estrellas. El Libro de la vaca celeste nos cuenta cómo los dioses primigenios llegaron del cielo y, como vamos a ver a continuación, los Textos de las pirámides describen con todo detalle cómo podía viajar el faraón hasta las estrellas en los llamados «textos de ascensión».
Las huellas de una realidad extraterrestre en el Egipto faraónico son más abundantes de lo que podríamos creer
Pero más allá de la interpretación subjetiva que queramos dar a estos documentos religiosos, lo cierto es que las huellas de una realidad extraterrestre en el Egipto faraónico son más abundantes de lo que podríamos creer. No hablan de seres grises de pequeño tamaño con ojos almendrados, pero muestran una realidad igual de misteriosa y fantástica.
Los Textos de las pirámides son los textos religiosos más antiguos de la humanidad. Aparecen por primera vez en la pirámide del faraón Unas en Sakkara (ca. 2350 a. C). Su contenido es completamente estelar. A lo largo de casi 230 fórmulas se dan los pasos necesarios para que el faraón difunto ascienda al cielo y se una con sus ancestros, los dioses de la estrellas.
¿Por qué creían los antiguos egipcios que sus dioses procedían de las estrellas? ¿Qué les hizo pensar que el faraón provenía del mismo lugar y que debía reincorporarse a su naturaleza estelar?
En los Textos de las pirámides podemos encontrar las respuestas. Allí se nos habla de unos misteriosos "rayos" que cruzaban los cielos de Egipto, y estos rayos, llamados bia, estaban hechos de un extraño mineral, terriblemente duro, aunque lo más singular de ellos eran sus poderes mágicos.
Los bia, literalmente "el metal del cielo", debieron de ser meteoritos ricos en hierro, los llamados sideritos. Los egipcios vieron en ellos un gesto de gracia por parte de los dioses celestes, los mismos que miles de años antes descendieron sobre la Tierra para crear la civilización. Todo encajaba.
Los egipcios emplearon el material de los meteoritos, para ellos sagrado, para la confección de herramientes mágicas que utilizaban en sus rituales
Hoy sabemos que muchos de estos meteoritos eran divinizados y adorados en templos. En el libro II de la Historia natural de Plinio el Viejo (23-79 d. C.) podemos leer cómo en el templo de Abydos, la morada de Osiris, divinidad solarizada tiempo después, se adoraba una piedra que la tradición identificaba como caída del cielo. Otros textos nos dicen que en Abydos se veneraba una de las reliquias más importantes de Osiris, su cabeza. Si a esto le sumamos que los egipcios pensaban que los huesos de los dioses estaban hechos de hierro meteorítico, podríamos especular con que la cabeza de Osiris era un meteorito que recordaba el cráneo del dios de los muertos.
Los egipcios emplearon el material para ellos sagrado (no olvidemos que contaba con un elevado porcentaje de níquel, casi un 10 por ciento), para la confección de herramientas mágicas que utilizaban en sus rituales. Curiosamente este hierro no era empleado para fines prácticos, como podría esperarse de él, debido a su extremada dureza. Los egipcios entendían que su poder radicaba en la esencia misma del material y, sobre todo, en el lugar mágico del que provenía, el cielo de los dioses.
LA VIDA VINO DEL ESPACIO
De la antigua ciudad de Heliópolis, la ciudad del Sol, hoy prácticamente no queda nada. Algunos vestigios se pueden ver junto a la zona de Matareia, en El Cairo. Del templo original no hay rastro pero todos los textos antiguos hablan de él como el lugar en donde se albergaba el sagrado Ben-ben, la piedra primigenia de la que surgió la vida según la cosmogonía heliopolitana.
Textos como la piedra de Shabaka conservada en el Museo Británico de Londres, relatan que antes de existir el universo, hubo un espacio y un tiempo al que ni siquiera los recuerdos podían alcanzar. En esa profunda oscuridad, la nada más absoluta, el Nun, el no-ser, flotaba en un océano de agua inerte. En cierto momento de las aguas de ese vacío insondable surgió la colina primigenia; una colina piramidal de color negro. En su vértice emergió el dios solar Atum, el primer dios creador, el mismo que dio vida a todos los dioses celestes que llegaron a la Tierra en el origen del los tiempos.
Según la cosmogonía de Heliópolis, la piedra Ben-ben fue aquella colina primigenia que sirvió de soporte para el disco solar. En la propia ciudad de Heliópolis se construyó la mansión del Ben-ben, lugar en el que los sacerdotes heliopolitanos conservaban celosamente la reliquia de esta colina primigenia, símbolo del semen creador petrificado del dios Atum.
Para muchos investigadores esta piedra Ben-ben no sería otra cosa que un meteorito; una piedra caída del cielo en la prehistoria y que cambió de forma traumática la forma de creer y pensar de los antiguos egipcios
¿Cuál era la forma y el material del que estaba hecha esta enigmática reliquia primigenia? Lo ignoramos, ya que no contamos con ninguna descripción ni la piedra en sí. Sin embargo, por las descripciones de los textos parece indicar que pudo haberse tratado de un fragmento de meteorito con forma piramidal, una señal de los dioses. Este extraño elemento piramidal cuyo verdadero significado solamente podemos intuir, está también relacionado con el piramidión, el vértice que remataba las pirámides y también los obeliscos, iconos solares por antonomasia.
Imhotep, sabio arquitecto y finalmente dios en el I milenio antes de nuestra era, pasa por ser el ideólogo y creador de la forma piramidal. A su ingenio se debe la construcción de la primera pirámide de la historia, la del faraón Zoser en la meseta de Sakkara, en el 2650 a. C. Él creó esa espectacular escalera hacia el cielo que conectaba al rey difunto con sus ancestros estelares.
Si revisamos los cargos que desempeñó en vida, encontraremos uno especialmente singular. Imhotep ostentaba el puesto de "Inspector de todo lo que el cielo trae" y se dice que su extraordinario conocimiento en astronomía y en toda clase de ciencias provenía de un misterioso libro de origen celeste. Una vez más encontramos ese vínculo con el mundo extraterrestre en la literatura egipcia de las primeras dinastías y que nos acercan, seguramente, al mundo de los meteoritos.
Esta relación la encontramos desde las primeras dinastías. A 15 km al sur de Heliópolis, en un emplazamiento conocido como Abu Gurab, se encontraba el antiguo complejo de templos solares de los reyes de la V dinastía. Hoy apenas quedan restos de dos de ellos, el de Userkaf y el de Niuserre. Se trataba de estructuras abiertas en cuyos patios, tras un altar para sacrificar animales, se erigía un enorme obelisco en honor del dios Ra, el Sol.
La estructura del conjunto era similar a la que pueda tener un complejo piramidal. Lo único que cambiaba era la pirámide, sustituida en el caso de Abu Gurab por un grueso y achaparrado obelisco. Hoy de todo este complejo no quedan más que unas pocas ruinas, las suficientes como para que los arqueólogos se hayan podido hacer una idea de la importancia del lugar y de su antiguo significado.
EL MÁS ALLÁ: UN VIAJE A LAS ESTRELLAS
El vínculo de unión entre el mundo celeste con el ámbito funerario se mantuvo durante toda la historia de Egipto. Si los Textos de las pirámides daban las fórmulas necesarias para que el rey difunto regresara a las estrellas, los textos funerarios posteriores, destinados a ayudar a todos los egipcios de cualquier estamento social en ese viaje al mundo de Osiris, continuaron con las mismas ideas.
El Libro de la salida al día, más conocido como Libro de los muertos, cuenta con un pasaje singular en el que se describe la llegada de la momia a la entrada de la tumba. Allí recibe por parte de los sacerdotes el ritual de apertura de la boca, esto es, una liturgia por la cual el difunto recuperaba sus cinco sentidos para poder comenzar el viaje al Más Allá. Un sacerdote sem se colocaba ante la momia erigida frente a la puerta de la tumba, rematada por una pirámide, y gesticulaba con una suerte de azadón de color negro. Esta extraña herramienta, llamado setep, según muchos egiptólogos, estaría hecha de hierro de origen meteorítico, una evidencia más de la presencia de elementos extraterrestres en la religión egipcia y su extraordinario valor en los rituales de iniciación. En otras ocasiones se empleaba con la misma finalidad el llamado psesh-kef, una herramienta con forma de cola de pez.
Los antiguos egipcios relacionaban el origen de la vida y la existencia después de la muerte con el mundo fuera de nuestro planeta
Además de ser empleado con las momias, esta liturgia también se usaba para dar vida a cualquier tipo de animal sagrado e incluso templos o estatuas. Antiguamente era llevado a cabo por el mismo artesano que hacía la estatua sin necesidad de usar un sacerdote como intermediario. En el caso de las momias el ritual de apertura de la boca se celebraba en dos ocasiones. Primero se realizaba inmediatamente después de finalizar el proceso de embalsamamiento, en el taller de los embalsamadores. Más tarde, el ritual se repetía, como hemos visto, antes de que el sarcófago y la momia fueran colocados en el interior de la tumba para la eternidad.
Una vez más nos topamos con un dato que refuerza la idea de que los antiguos egipcios relacionaban el origen de la vida y la existencia después de la muerte con el mundo fuera de nuestro planeta.
TUTANKHAMÓN Y EL ESCARABAJO DEL ESPACIO
Un nuevo ejemplo lo encontramos en la tumba de Tutankhamón, descubierta en 1922 por el arqueólogo británico Howard Carter. En una de las cajas con joyas apareció un rico pectoral (Carter 267D, JE 61884), cuyas piezas formaban en escritura críptica el nombre ceremonial de entronización del Faraón Niño, Nebkheperura. La joya, de 14,9 cm de alto, está hecha de oro, plata, incrustaciones de lapislázuli, carnalita, obsidiana, diferentes cristales de colores y, lo más singular de todo, una misteriosa piedra. En el centro del pectoral destaca un escarabajo que sujeta la barca solar de Ra en su viaje por el firmamento. El insecto está tallado a partir de una piedra traslúcida de color verdoso de naturaleza única.
En realidad se trata de un singular mineral denominado piedra del desierto (calcedonia translúcida). Fue descubierto por primera vez en el año 1932 por el cartógrafo británico Patrick A. Clayton. Además de ser el primer hombre que cruzó de este a oeste el Gran Mar de Arena por el paralelo 27 que se abre por todo el desierto Líbico de Egipto, a su regreso dio con este mineral tan curioso. Su origen seguramente esté relacionado con algún objeto estelar que chocó con la Tierra hace unos 28 o 29 millones de años. Lo más probable es que el meteorito en cuestión chocara con tanta fuerza contra nuestro planeta que lanzó al aire rescoldos derretidos de material que, tras enfriarse en pocos segundos, cayeron otra vez al suelo, generando este monóxido de silicio de gran pureza. El paso del tiempo y el azote de la erosión del viento hicieron el resto: una superficie cristalina realmente increíble en la que destacan especialmente las tonalidades verdosas, como es el caso de la piedra que forma el escarabajo del pequeño pectoral de Tutankhamón.
Los egipcios conocían la naturaleza de esta piedra extraterrestre. Su fuerza simbólica fue empleada en la joya del Faraón Niño para reforzar la idea de la magia solar y lunar que exhala el pectoral. Pero, lamentablemente, solo nos ha llegado su uso en esta joya del arte faraónico. Modernas expediciones al desierto Líbico han dado en las dos últimas décadas con nuevos restos de piedra de origen extraterrestre procedentes de aquella explosión.
¿SERES DE OTRO PLANETA EN EL ANTIGUO EGIPTO?
En los años 90, ante la aparentemente asombrosa evidencia definitiva que mostraba esta fotografía, se quiso ver a un alienígena clásico en una tumba de Sakkara. Lo tenía todo: cabeza desproporcionada, grandes ojos negros almendrados y rasgados y piel grisácea. ¿Qué más se necesitaba para demostrar la presencia de seres de otro planeta en el Egipto faraónico? La imagen procedía de la tumba de Ptah-hotep, Visir del faraón Djedkare-Isesi, (V dinastía, ca. 2400 a.C.). La primera vez que la vi ya observé algo que no encajaba. El ser era sobradamente claro. Sin embargo, partes de la anatomía del oferente que había a su derecha, parecían superponerse, algo insólito en el arte egipcio.
Los egipcios sabían que más allá de nuestro planeta había algo
Cuando a los pocos meses visité la tumba de Ptah-hotep en Sakkara, en efecto, descubrí al observar la escena con detenimiento que el famoso alienígena era en realidad una pareidolia. Sencillamente, no era más que un jarrón con doble asa, en donde un par de frutos daban forma a unos "ojos" almendrados.
Pero más allá de estos fraudes o malentendidos, quizá lo más importante de todo es que los egipcios lo conocían. Sabía que más allá de nuestro planeta había algo. Quizá no alcanzaban a comprender qué, pero su certeza en la procedencia de estos objetos extraterrestres era clara. Cada vez que alguien me ha preguntado por la vida más allá de nuestras fronteras terrestres, mi respuesta ha sido firme y contundente. Sé que no estamos solos en el Universo y que, muy posiblemente, al igual que nosotros vamos, ellos pueden venir. Ahora bien, eso no demuestra de ningún modo que yo acepte que la cultura egipcia sea de origen o tenga influencia extraterrestre. Al contrario, en los más de veinticinco años que llevo investigando este campo, todavía no me he encontrado una sola prueba de ello. Y sin embargo, aunque parezca paradójico, los antiguos egipcios sí tuvieron contacto con ese mundo tan lejano y fantástico, siendo su huella algo absolutamente claro y evidente en su cultura, porque sí, Egipto sí era extraterrestre.